Luis Cuenca García
Actor español. Luis Cuenca García nació en Navalmoral de la Mata, el 6 de diciembre de 1921. Hijo y nieto de actores, sus padres formaban parte de la compañía de teatro Carrasco, fundada por sus abuelos, con la que recorrían España.
En ese mundo de cómicos de la legua se familiarizó con los escenarios desde muy pequeño, y a los siete años actuó por primera vez. Más por necesidad que por vocación, desde su adolescencia empezó a abordar todos los géneros teatrales, e incluso fue bailarín de claqué desde los primeros tiempos de la posguerra.
Por entonces se hacía llamar «Tony Aster», y así se inició en la revista como boy de Celia Gámez. De esta manera comenzó su fructífera vinculación con la empresa de Matías Colsada, una relación que duró más de cuarenta años y que, gracias a su fisonomía y su estilo peculiares, lo catapultó rápidamente a la popularidad como cómico de revista, partenaire insustituible de las grandes vedettes del momento.
La edad dorada de la revista
Con elementos de la zarzuela y el sainete, el cuplé y el music-hall, la revista se erigió en seguida en el espectáculo de mayor aceptación popular, sobre todo en tiempos tan opacos como aquéllos. Aunque sólo fuera por el «destape» de sus esculturales vedettes, era el género que mejor sabía sortear la rigidez de la censura franquista, o al menos lo aparentaba, y eran muchas las salas de Madrid (Martín, La Latina, Albéniz, Maravillas) y de Barcelona (Arnau, Apolo, El Molino) dedicadas al género.
Esta repercusión supuso para muchas estrellas la plataforma necesaria para pasar después al teatro y a las pantallas cinematográficas. Ése fue el caso de Queta Claver, Florinda Chico, Carmen de Lirio, Irene Daina o, en fechas no tan remotas, Esperanza Roy o Concha Velasco, y el de actores como Antonio Casal, Ángel de Andrés, Manolo Gómez Bur, Toni Leblanc o Tomás Zori...
Toda gran vedette debía estar rodeada de un par de cómicos. Cuenca trabajó con algunas de las mejores, y con Pedro Peña acompañó a Tania Doris durante muchas temporadas. Entre luces y desnudeces deslumbrantes, plumas y pedrería, eran los encargados de contar los chistes más o menos sicalípticos que pretendían dar un poco de verdor a la grisura de la época. Hoy, cuando las kilométricas piernas de Tania Doris son parte del pasado, no tendrían cabida espectáculos como Una rubia peligrosa, La blanca doble, Su majestad la mujer, La Pelusa, Yo soy casado, señorita, Róbame esta noche o Lo tengo rubio...
Etapas de su filmografía
Tampoco películas como las primeras en que intervino el actor, quien tras alguna aparición como extra (Eugenia de Montijo, 1944, de José López Rubio), muchos años después, dueño ya de cierta popularidad, fue llamado a protagonizar oportunistas remedos revisteriles como Quiéreme con música (1956) y Las travesuras de Morucha (1962), ambas dirigidas por Ignacio F. Iquino; Totó de Arabia (1965), de José Antonio de la Loma, o, en su madurez y como homenaje a los años dorados del género, Las alegres chicas de Colsada (1983), de Rafael Gil, con guión de Fernando Vizcaíno Casas.
Papeles de otra índole como los que asumió en ¿Pena de muerte? (José María Forn, 1962), o Perras callejeras (José Antonio de la Loma, 1985), pertenecen también a un cine olvidado. El verdadero surgimiento de Luis Cuenca como actor llegó una década más tarde.
Suspiros de España (y Portugal), de José Luis García Sánchez, y Cachito, de Enrique Urbizu, ambas rodadas en 1995, lo dieron a conocer a un público que hasta entonces poco o nada sabía de él. Luego, películas que supusieron éxitos de taquilla como Airbag (1997), de Juanma Bajo Ulloa, o Torrente, el brazo tonto de la ley (1998), de Santiago Segura, ampliaron aún más esa repercusión, que redundó en un trabajo continuo y siempre destacado hasta que la enfermedad lo alejó definitivamente de los platós.
Títulos como Grandes ocasiones (1997), de Felipe Vega; Mátame mucho (1997), de José Ángel Bohollo; La hora de los valientes (1998), de Antonio Mercero; Vivancos 3 (2002), de Albert Saguer; Soldados de Salamina (2003), de David Trueba; El furgón (2003), de Benito Rabal; Dos tipos duros (2003), de Juan Martínez Moreno, y ¡Buen viaje, excelencia! (2003), de Albert Boadella, completan esta nueva etapa de su filmografía de indudable relevancia, cuya más notable particularidad es que reveló un talento ya septuagenario.
Figura legendaria del Paralelo barcelonés, cuna del teatro de revista tan en boga en la época, donde se mantuvo durante décadas como la gran estrella del Apolo junto a la vedette Tania Doris o el cómico Pedro Peña, entre otros artistas, Luis Cuenca vivió una tan merecida como inesperada etapa dorada en los últimos años de su vida como actor de reparto en el cine. Rescatado del olvido por directores de las nuevas generaciones de cineastas, intervino en algunos de los títulos de mayor éxito del cine español reciente, y su talento fue reconocido con un premio Goya en 1997 por su trabajo en La buena vida (1996), de David Trueba, realizador que con otra película suya, Obra maestra (2000), lo llevó a una nueva candidatura al galardón.
Su remozada popularidad se amplió aún más en la televisión, medio en el que integró el reparto de algunas de las series de máxima audiencia en los últimos tiempos, como Farmacia de guardia, Ketty no para, Ellas son así o, más recientemente, Cuéntame cómo pasó, por la que en 2003 también fue distinguido como mejor actor de reparto con el premio de la Unión de Actores.
El eterno adolescente
De físico característico, extremadamente delgado y con una mirada profunda que parecía contener toda la expresión de su larga experiencia vital, muchos de sus compañeros de trabajo lo definían como un eterno adolescente, pícaro y burlón, y valoraban en él su incólume sentido del humor. Según David Trueba, que al parecer compartió con la viuda del actor y sus dos hijos el momento de su muerte, conservó su lucidez hasta el final, y prueba de ello fueron sus últimas palabras: «Nos vamos a la mierda».
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