lunes, septiembre 04, 2006

Christopher Reeve

Actor estadounidense que adquirió fama mundial tras encarnar al mítico superhéroe Superman en 1978. Tras el divorcio de sus padres en 1956, él y su hermano, Benjamin (1953), crecieron en Princeton, Nueva Jersey, a cargo de su madre, que se volvió a casar unos años después y le dio otros dos hermanos, Jeff y Kevin.

Reeve estudió en la Princeton Day School, donde ejercía de ayudante del director de la orquesta del instituto, además de cantar en un coro local, en el que templó su buena voz de barítono, y de trabajar, regularmente desde la adolescencia, como actor (debutó con quince años en el Williamstown Theatre Festival).

Prosiguió su formación artística en la Universidad de Cornell, en la que antes de graduarse, en 1974, fue uno de los dos actores seleccionados (el otro era su amigo Robin Williams) para estudiar arte dramático en la Juilliard School de Nueva York con el renombrado John Houseman. Mientras tanto, trabajó en una serie de televisión (Love of life, 1974-1976), intervino en una obra protagonizada por Katharine Hepburn (A matter of gravity, 1976) y consiguió un breve papel en la película de David Greene Alerta roja: Neptuno hundido (1977).

Superman, el héroe

Deportista nato, excelente nadador, aficionado al hockey sobre hielo y la equitación y piloto licenciado, su apostura física, con 1,93 metros de estatura, y una apariencia de chico lozano y bonachón cuyos rasgos se parecían asombrosamente al héroe del cómic, le valieron el papel de Clark Kent en Superman (1978), de Richard Donner, una costosa superproducción que contó con un reparto tan brillante (Marlon Brando, Susannah York, Glenn Ford, Terence Stamp, Trevor Howard) como opaca fue su calidad, hecho que no incidió en absoluto en detrimento del filme, a juzgar por su impresionante éxito comercial.

Reeve, que cobró 250.000 dólares por ese primer trabajo protagonista (nada comparados con los 14 millones que percibió Brando por su breve papel secundario, pero una fortuna para él), los empleó en una nueva casa que ocupó con su flamante esposa, la agente de modelos británica Gae Exton, madre de sus dos primeros hijos, Matthew (1979) y Alexandra (1982).

Una de las herencias de la era Reagan que gozan de mejor salud son las sagas cinematográficas. Fue durante su gobierno cuando las pantallas de todo el mundo empezaron a poblarse de superhéroes por entregas (Rocky, Mad Max, Rambo...), y Superman no iba a ser una excepción. Ni siquiera dio tiempo a Reeve a proyectar su futuro como actor cuando ya estaba inmerso en Superman II (1980), cuya repercusión multiplicó la de la anterior, y esto generó Superman III (1983), ambas de Richard Lester. Y el actor, que había aparecido en otras películas -En algún lugar del tiempo (1980), de Jeannot Szwarc; La trampa de la muerte (1982), de Sidney Lumet; Monseñor (1983), de Frank Perry- asumiendo roles muy distintos, veía cómo, pese a ello, todo el mundo lo identificaba con el héroe del cómic.

La estela de Clark Kent

Se comentaba ya entonces que Reeve no se podía quitar de encima el personaje. Que aquel éxito lo enterró en vida, igual que les había ocurrido a Johnny Weismuller con Tarzán o a Bela Lugosi con Drácula. Que se afanaba en demostrar una y otra vez su talento sin conseguirlo. De hecho, se ha llegado a afirmar que se «consoló» de ese supuesto disgusto en la televisión, medio en el que, en efecto, desarrolló una ingente actividad hasta el final de su vida.

A poco de sondear en su trayectoria, sin embargo, no todo parece tan claro. Es cierto que ha persistido esa identificación, pero también lo es que el actor declinó protagonizar muchas películas de éxito como American Gigolo (1980), Fuego en el cuerpo (1981), Motín a bordo (1984), Perseguido (1987) o Desafío total (1990), que tal vez le habrían deparado una trayectoria distinta, y en cambio no sólo no rechazó, sino que incluso escribió el guión e intervino en la producción Superman IV (1987), de Sidney Furie, la cuarta secuela de la saga.

De todos modos, si bien esa renovada elección, amén de hacerlo riquísimo en poco tiempo, pudo influir en su carrera, no afectó a su valía como actor, de la que dejó constancia en títulos como El reportero de la calle 42 (1987), de Jerry Schatzberg; Interferencias (1988), de Ted Kotcheff; ¡Qué ruina de función! (1992), de Peter Bogdanovich; Las bostonianas (1984) y Lo que queda del día (1993), de James Ivory; Sin palabras (1994), de Ron Underwood; El pueblo de los malditos (1995), de John Carpenter, o Libre de sospecha (1995), de Steven Schachter. Y, en los escenarios, en montajes como Fifth of July (1980-1982) o Las bodas de Fígaro (1985).

Entretanto, Reeve se divorció de su primera esposa en 1987 y cinco años más tarde, en 1992, se volvió a casar con la actriz Dana Morosini, madre de su hijo Will (1992) y su fiel compañera hasta el final.

Marcado por la tragedia

El 27 de mayo de 1995 marcó la vida futura de Christopher Reeve. Participaba en un concurso hípico en Charlottesville, Virginia, cuando una caída de su caballo le provocó la fractura de dos vértebras cervicales y le seccionó la médula espinal. Desde entonces permaneció en una silla de ruedas, con respiración asistida. Fue quizás el fuerte contraste entre el personaje de ficción que lo lanzó al estrellato, y las consecuencias físicas del accidente sufrido lo que añadía más pena a la tragedia.

Pero el actor, lejos de ocultarse en lo que habría sido una comprensible ausencia de los medios, con una insólita fuerza de voluntad, convirtió su imagen de superhombre mermado en referente de la lucha de los que padecen una lesión similar, y el héroe de celuloide perdió grandeza frente al aliento vital y la actitud ejemplar del hombre inmenso que había en Christopher Reeve.

En marzo de 1996 fue aclamado por la gente del cine en la ceremonia de entrega de los Oscars, en la que pidió a la industria cinematográfica que dedicara sus esfuerzos a prestar más atención a los problemas sociales. Para sorpresa de muchos, unos meses más tarde debutó como director en un filme destinado a la televisión, In the gloaming (1997), que abordaba con valentía el tema del sida. Más tarde repitió experiencia con The Brooke Ellison story (2004).

También escribió la biografía Still me, cuya transcripción a disco le valió el Grammy al mejor álbum hablado de 1999, y el libro Nothing is impossible. Reflections of a new life (2002), publicado en España en 2003 con el título Todo es posible, en el que expuso asimismo sus experiencias. Aunque lo más sorprendente fue su reaparición como actor en La ventana de enfrente (1998), de Jeff Bleckner, una nueva versión del thriller de Alfred Hitchcock La ventana indiscreta.

Todo ello reflejaba su extraordinario afán de superación, plasmado en su cotidianidad en un documental realizado por su hijo Matthew, Volveré a andar. El 10 de octubre de 2004 fallecía a consecuencia de un ataque cardíaco en un hospital de Nueva York, a los cincuenta y dos años de edad. Tres días después de su muerte, la Warner Bros. anunciaba la elección de Brandon Routh como el nuevo Superman.

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