lunes, febrero 12, 2007

Ignacio Manuel Altamirano

Escritor mexicano

Nació el 13 de noviembre de 1834 en Tixtla, Guerrero. Hijo de Francisco Altamirano y Gertrudis Basilio, indios puros que tomaron el apellido de un español que había bautizado a uno de sus ancestros. Aprendió a hablar español sólo, después se reveló como un estudiante aventajado y ganó una de las becas que otorgaba el Instituto Literario de Toluca para los niños de escasos recursos que supieran leer y escribir. Allí se encontró con Ignacio Ramírez, el Nigromante, abogado, periodista, miembro de la Academia de Letrán y diputado del Congreso Constituyente. Cursó estudios en el Instituto Literario de Toluca, y más tarde en el Colegio de Letrán de ciudad de México. Adherido al movimiento liberal, a su triunfo fue diputado; como coronel luchó contra Maximiliano, experiencia que apareció en su novela Clemencia (1869). Fundador de la revista literaria El Renacimiento. Autor también de El Zarco (episodios de la vida mexicana en 1861-1863). El 13 de junio de 1889 fue nombrado Cónsul General de España, con residencia en Barcelona y posteriormente en Francia (18 de febrero de 1890). Falleció en San Remo, Italia, el 13 de febrero de 1893. En 1934, al celebrarse el centenario de su nacimiento, el Congreso de la Unión acordó que sus cenizas fueran trasladadas del Panteón Francés a la Rotonda de los Hombres Ilustres.

LA PLEGARIA DE LOS NIÑOS

"En la campana del puerto
¡Tocan, hijos, la oración. . . !
¡De rodillas! . . . y roguemos
a la madre del Señor
por vuestro padre infelice,
que ha tanto tiempo partió,
y quizá esté luchando
de la mar con el furor.
Tal vez, a una tabla asido,
¡no lo permita el buen Dios!
náufrago, triste y hambriento,
y al sucumbir sin valor
los ojos al cielo alzando
con lágrimas de aflicción,
dirija el adiós postrero
a los hijos de su amor.
¡Orad, orad, hijos míos,
la Virgen siempre escuchó
1a plegaria de los niños
y los ayes de dolor!"
En una humilde cabaña,
con piadosa devoción,
puesta de hinojos y triste
a sus hijos así habló:
la mujer de un marinero
al oír la santa voz
de la campana del puerto
que tocaba la oración.
Rezaron los pobres niños
todo quedóse en silencio
y después sólo se oyó,
entre apagados sollozos,
de las olas el rumor.

De repente en la bocana
truena lejano el cañón:
";Entra buque!", allá en la playa
la gente ansiosa gritó.
Los niños se levantaron;
mas la esposa, en su dolor,
"no es vuestro padre les dijo:
tantas veces me engañó
la esperanza, que hoy no puede
alegrarse el corazón"

Pero después de una pausa
ligero un hombre subió
por el angosto sendero,
murmurando una canción.
Era un marino...¡Era el padre!
La mujer palideció
al oírle, y de rodillas
palpitando de emoción,
dijo ¿Lo véis, hijos míos?
La Virgen siempre escuchó
la plegaria de los niños
y los ayes de dolor

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